«La Reivindicación como herramienta de análisis» Por Rodrigo Nicolás Romero

«La Reivindicación como herramienta de análisis» Por Rodrigo Nicolás Romero

Publicado  en MIVALLE Medios.

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No hace muchas horas sosteníamos una conversación junto a una persona que aprecio mucho. La cual, presentaba la pregunta de por qué, en el caso de las cuestiones de género, cuando una persona perteneciente a un colectivo históricamente menospreciado y maltratado presenta por ejemplo, una obra de arte, en tal presentación se hace hincapié justamente en esa misma cuestión. El género, como reivindicándolo, evidenciando la diferencia.

Claro que el punto está ahí, la reivindicación llega para advertirnos que, aún cuando creemos a las cosas estáticas e inamovibles, estas poseen la cualidad de ser distinguidas por nosotros (los agentes humanos), en muchos sentidos.

Ahora bien, este viernes 19 se llevó adelante una caminata por el recorrido de la acequia en la ciudad de Alta Gracia. Hace más de 300 años esta fue dirigida por jesuitas y labrada por cuerpos sometidos, cuya procedencia se encuentra muy lejos de nuestra tierra, aunque sin duda son tan de allá que también pertenecen a los caminos de por acá. Africanos, 300 en este caso, según estudios de análisis. Personas que fueron desarraigadas, maltratadas, marcadas y sometidas.

Dicho recorrido se practicó en el marco del mes dedicado a la memoria afroargentina. Porque sí, la memoria antes que cualquier cosa es una práctica, y más aún si esta versa sobre temas coyunturales de nuestra sociedad. Aquí el eje central de la práctica intervencionista de Hilda Zagaglia, la reivindicación.

Esta actividad, que entendemos usualmente por reivindicación tiene en su forma más primaria la cualidad de mostrarnos que, si antes las distinciones de género se establecían por parte de los poderes dominantes (aún sucede), para monopolizar beneficios a costa ello, y de todo tipo, hoy estas distinciones se presentan como lucha de quienes lo sufrieron. Para evidenciar privilegios, para evidenciar una historia profundamente marcada por una ideología, la segregación y el sometimiento que, muchas veces aún se traspapela en las currículas escolares.

Así, la reivindicación acaece en este caso como vislumbrante de una historia que nos ha sido divulgada por el hombre blanco. ¡Hay tedioso diablo, haces de la diferencia una fantasmal unidad!. Si, hombre, blanco. Pongo énfasis en la distinción, pero esta vez no en sentido peyorativo. No haciendo uso de ésta para ejercer un poder destructor, sino más bien, para evidenciar. No hay denuncia más fuerte que aquella que cae frente a nuestros ojos. Si, cae, porque nada sorprende más que aquello que irrumpe.

Hoy me encontraba en tal caminata recorriendo las acequias y junto a mi, también estaban alumnos de dos escuelas diferentes, una de ellas, Ipet 132 Paravachasca. Es esta institución a la que asistí durante, seguramente, gran parte de mi adolescencia. Más allá de cualquier distinción, había y hay una frase profundamente repetida por cuanta persona que no pertenecía a tal institución se refería a ella, o incluso más grave, también gente que la caminaba diariamente. La frase siempre estaba orientada a lo mismo “estos negros de mierda”, “y sí, si son todos unos negros de mierda”, entre otros discursos aparentemente aceptables y divulgados que son de uso común en las sociedades del Occidente, y en este caso, algo casi, bien rioplatense.

Mas allá de centrarse en el lenguaje y pensar por qué lo negro siempre es repetido con énfasis como algo profundamente negativo, acá el punto está un poco corrido hacia la izquierda, pero no muy lejos del centro. Hoy esos alumnos, iluminados por una luz, etimológicamente hablando, se encuentran en posición de reivindicación gracias a la distinción de diferencias, a la evidencia de esto. Mas algunos de ellos pudieron gritar junto a niños y niñas más chicos de edad, ¡vivan los negros!, ¡vivan los afrodescendientes!.

Bueno, entonces que dicha, que oportunidad, ¡que emancipación!. Aquellos quienes son víctimas de una sociedad aún patriarcal y racista en sus valores, y mas aún en su día a día, pudieron gritarle a los demás que ellos son ese “otro”. Son la herencia genética y cultural, la herencia de una comunidad lingüística, de aquellos sometidos, y de aquellos cuyo labor era someter. Pero hoy, para esta juventud, que más que divino tesoro son orfebres de la historia, esto trata sobre reconocer, es decir, evidenciar. Por lo tanto reivindican hasta el valor mismo de la distinción. Demostrando que, y de la mano de Hilda Zagaglia, la reivindicación de las distinciones no son sino un paso más para la construcción de una sociedad más comprometida consigo misma.

A modo de ejemplificación metafórica, la foto que muestra una columna, en el marco de una puerta perteneciente a una iglesia de la ciudad, tiene apoyada un símbolo. El mismo símbolo que, marcado a fierro caliente, cada esclavo llevaba en su cuerpo como muestra de que pertenecía a un dueño particular.